Hace
cerca de cincuenta años, por estos días Lima ya hubiera estado viviendo el
entusiasmo de los preparativos de la
Fiesta de Amancaes.
Los grupos artísticos estarían alistando sus mejores galas, los
aficionados cuadrando sus programas de lindos números criollos, con los que de
repente, salían del anonimato, con las perspectivas de aparecer en adelante, en
algún programa de “Varieté” de Teatro de Barrio, o debutando en alguna emisora.
Siempre
se nos enseñó que así como solemos guardar el recuerdo de nuestros antepasados,
los pueblos deben conservar sus costumbres, por simples que parezcan, porque
guardan relación con anteriores generaciones.
No debemos olvidar que todo pueblo que ama su pasado, debe amar su
tradición y respetarla.
Esa
es la fuerza que nutre el arte, razón por la que comprendiéndolo así, muchos
artistas buscan en ella su fuente de inspiración. Por eso surge la pregunta: Qué sucedió con la tradicional Fiesta de
Amancaes. Dónde está esa extensa y hermosa
pampa donde se festejaba “el día del Folklore”.
Un
día, que no fue del mes de junio, que era lo natural y tradicional, el cerro se
tiñó de amarillo, pero esta vez no era el amarillo de la flor de amancaes, sino
el amarillo de las esteras, forzando paso a la formación de un pueblo joven
(como se le llamaba en esa época) que encontró la indiferencia cómplice de las
autoridades de ese entonces.
Cuenta
la tradición que a finales del siglo XVII, el lugar fue maravilloso escenario
de casería de venados y de palomas, sujetándose a las costumbres clásicas de
las cortes europeas, razón por la que había quien consideraba que ese sería el
origen de las visitas, cada cierto tiempo, a Amancaes; pero la realidad es otra
y data de un siglo antes, época en que según se cuenta, Jesucristo se presentó
a una doméstica, que atravesaba la pampa llevando un porongo de leche, que su
patrona le enviaba al padre prior de los dominicos.
Y le
encargó decir a su patrona, que con sus
riquezas levantara un templo en el mismo lugar donde se le había presentado.
Deslumbrada
la doméstica, cumplió el encargo. El
padre prior que ese momento se encontraba acompañado de muchos devotos, se dirigió al lugar, portando la gran cruz de
las solemnes ceremonias, dándose con la hermosa imagen de Jesús pintada en una
de las rocas de la pampa.
La
anónima señora ofreció todos sus bienes para cumplir el divino mandato y
organizó otra romería que tuvo lugar el 24 de junio, cumpleaños de uno de sus
hijos que con el tiempo llegó a ser sacerdote de la compañía de Jesús.
Con
esa primera misa se echaron las bases del santuario, en imponente
ceremonia. Los partidos de caza,
organizados un siglo después, por las autoridades, fueron esporádicos, hasta
que acabaron totalmente. En cambio la
ceremonia religiosa siguió realizándose anualmente, cada 24 de junio,
conmemorando el acontecimiento antedicho.
A
medida que trascurrió el tiempo, la católica peregrinación fue tomando un tinte
mundano, convirtiéndose en la festividad que es la que trato de evocar.
Por
eso, cuando escuchamos a Teresita Bolívar interpretando el vals “Lima de
siempre”, que ella musicalizó, cuya
letra pertenece a Serafina Quinteras, en el que dice “aunque hoy el progreso
del metro cuadrado, ha crucificado toda tradición, para mí eres siempre la Lima primera y te llevo
entera en el corazón”. Comprendo la enorme razón que tenía nuestra querida y
recordada escritora. Y ella se refería,
con cierta nostalgia, a un progreso llevado dentro de los cánones y
ordenamientos técnicos, que exige una ciudad como la nuestra. Desgraciadamente si ese “progreso”, así entre
comillas, va contra toda norma podrá tener cualquier otro nombre, menos
precisamente el de progreso y este es un claro y triste ejemplo de cómo la
“invasión”, sepultó la fiesta tradicional de Amancaes, que ya hacía mucho
tiempo había logrado alcanzar ribetes internacionales.
Ahora
solo queda el recuerdo, los versos evocativos que grabara Aurelio Collantes, la
recordada (Voz de la
Tradición), o los de Chito Cornejo así como los hermosos
cuadros de Oscar Allaín o las remembranzas
de algún setentón u ochentón, que asegura en sus añoranzas, que no conoció lo que es jarana, quien no
la vio arder en las “Pampas de Amancaes”.
JUNIO, DE 1985.
JUNIO, DE 1985.
Oleo de Germán Súnico.
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