lunes, 17 de junio de 2013

PAMPA DE AMANCES EN EL RECUERDO.





Hace cerca de cincuenta años, por estos días Lima ya hubiera estado viviendo el entusiasmo de los preparativos de la Fiesta de Amancaes.  Los grupos artísticos estarían alistando sus mejores galas, los aficionados cuadrando sus programas de lindos números criollos, con los que de repente, salían del anonimato, con las perspectivas de aparecer en adelante, en algún programa de “Varieté” de Teatro de Barrio, o debutando en alguna emisora.

Siempre se nos enseñó que así como solemos guardar el recuerdo de nuestros antepasados, los pueblos deben conservar sus costumbres, por simples que parezcan, porque guardan relación con anteriores generaciones.  No debemos olvidar que todo pueblo que ama su pasado, debe amar su tradición y respetarla.

Esa es la fuerza que nutre el arte, razón por la que comprendiéndolo así, muchos artistas buscan en ella su fuente de inspiración.  Por eso surge la pregunta:  Qué sucedió con la tradicional Fiesta de Amancaes.  Dónde está esa extensa y hermosa pampa donde se festejaba “el día del Folklore”.

Un día, que no fue del mes de junio, que era lo natural y tradicional, el cerro se tiñó de amarillo, pero esta vez no era el amarillo de la flor de amancaes, sino el amarillo de las esteras, forzando paso a la formación de un pueblo joven (como se le llamaba en esa época) que encontró la indiferencia cómplice de las autoridades de ese entonces.

Cuenta la tradición que a finales del siglo XVII, el lugar fue maravilloso escenario de casería de venados y de palomas, sujetándose a las costumbres clásicas de las cortes europeas, razón por la que había quien consideraba que ese sería el origen de las visitas, cada cierto tiempo, a Amancaes; pero la realidad es otra y data de un siglo antes, época en que según se cuenta, Jesucristo se presentó a una doméstica, que atravesaba la pampa llevando un porongo de leche, que su patrona le enviaba al padre prior de los dominicos.
Y le encargó decir a su patrona,  que con sus riquezas levantara un templo en el mismo lugar donde se le había presentado.  

Deslumbrada la doméstica, cumplió el encargo.  El padre prior que ese momento se encontraba acompañado de muchos devotos,  se dirigió al lugar, portando la gran cruz de las solemnes ceremonias, dándose con la hermosa imagen de Jesús pintada en una de las rocas de la pampa. 

La anónima señora ofreció todos sus bienes para cumplir el divino mandato y organizó otra romería que tuvo lugar el 24 de junio, cumpleaños de uno de sus hijos que con el tiempo llegó a ser sacerdote de la compañía de Jesús.

Con esa primera misa se echaron las bases del santuario, en imponente ceremonia.  Los partidos de caza, organizados un siglo después, por las autoridades, fueron esporádicos, hasta que acabaron totalmente.  En cambio la ceremonia religiosa siguió realizándose anualmente, cada 24 de junio, conmemorando el acontecimiento antedicho.

A medida que trascurrió el tiempo, la católica peregrinación fue tomando un tinte mundano, convirtiéndose en la festividad que es la que trato de evocar.
Por eso, cuando escuchamos a Teresita Bolívar interpretando el vals “Lima de siempre”, que ella musicalizó,  cuya letra pertenece a Serafina Quinteras, en el que dice “aunque hoy el progreso del metro cuadrado, ha crucificado toda tradición, para mí eres siempre la Lima primera y te llevo entera en el corazón”. Comprendo la enorme razón que tenía nuestra querida y recordada escritora.  Y ella se refería, con cierta nostalgia, a un progreso llevado dentro de los cánones y ordenamientos técnicos, que exige una ciudad como la nuestra.  Desgraciadamente si ese “progreso”, así entre comillas, va contra toda norma podrá tener cualquier otro nombre, menos precisamente el de progreso y este es un claro y triste ejemplo de cómo la “invasión”, sepultó la fiesta tradicional de Amancaes, que ya hacía mucho tiempo había logrado alcanzar ribetes internacionales.

Ahora solo queda el recuerdo, los versos evocativos que grabara Aurelio Collantes, la recordada (Voz de la Tradición), o los de Chito Cornejo así como los hermosos cuadros de Oscar Allaín o las remembranzas  de algún setentón u ochentón, que asegura en sus añoranzas, que no conoció lo que es jarana, quien no la vio arder en las “Pampas de Amancaes”.

JUNIO, DE 1985.


Oleo de Germán Súnico.

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